Isabel II: Política exterior del Reino Unido. Una síntesis (1952-2022)
Monarquía en Democracia. Reino Unido durante el reinado de Isabel II
«Isabel II: Política exterior del Reino Unido. Una síntesis (1952-2022)» Intervención de Araceli Mangas M.
Acto celebrado en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas bajo la presidencia de Su Majestad el Rey, D. Felipe VI, 2 de febrero de 2023
CON LA VENIA SEÑOR:
El largo espacio de setenta años entre 1952 y 2022 ha representado con seguridad el período de cambios más abruptos jamás vividos por la Humanidad. Con la Reina Isabel II ha desaparecido la última Jefatura del Estado que vivió la posguerra mundial y toda la catarata de hechos que ha supuesto la mayor aceleración de la Historia de la Humanidad.
Setenta años de reinado
Claro, setenta años de reinado es un espacio de tiempo tan generoso que permite asistir a los principios y los finales de los acontecimientos, así:
– de la Guerra Fría en el inicio de su reinado a la caída del Muro de Berlín,
– del racionamiento de la posguerra al Estado de bienestar,
– de la pérdida del Imperio a la Commonwealth,
– de la pérdida de poder político de la Corona al aumento de su papel en la vida pública de la Nación,
– treinta años de conflicto trágico en Irlanda del Norte a la paz de los Acuerdos del Viernes Santo,
– de la larga negociación para la adhesión a la UE a la agónica retirada de la Unión 43 años después …
Los años cincuenta
Los años cincuenta fue una época de austeridad sin límites y racionamiento para el pueblo británico. No fue una época fácil pues Gran Bretaña sufrió las dificultades económicas de un Tesoro exhausto tras a haber empeñado toda su riqueza “en su épica lucha contra Alemania” (Judt, T.: Postguerra, Una historia de Europa desde 1945, 2005, p.168).
Al inicio del reinado de Isabel II, Reino Unido fue percibiendo el cambio y fin de su ciclo imperial al ser desplazada por EEUU. En la crisis del Canal de Suez en 1956 Reino Unido experimentó, como un ensayo general, el cambio de época ante la decisión de Egipto de ejercer plenamente su soberanía territorial. En esa crisis el Reino Unido defendió intereses anacrónicos -como los adjetivó EEUU-, y particulares frente a los intereses occidentales en los mismos días en que la Unión Soviética lanzaba sus tanques en Hungría. La rápida presión política norteamericana -y monetaria sobre la libra esterlina-, obligó a británicos y franceses a retirar las tropas a la semana de la invasión.
La lección de Suez sirvió para reconocer que ya no podían mantener el imperio. Y también sirvió para dar un giro -que permanece- a su política exterior vinculando, desde entonces, su alineamiento estratégico a EEUU. Es revelador que, tras la retirada de Suez y la conciencia de la proximidad del fin de su potencia imperial comercial y militar, Reino Unido inició una etapa de prosperidad destacando desde los sesenta como centro financiero, gran potencia en investigación científica y en cultura popular de masas aunque tuvo que convivir con ciclos de crisis, transición postindustrial y revolución tecnológica, como describiera Judt.
Hoy nos quejamos de que nuestra época global está llena de incertidumbres, amenazas, imprevisiones e inestabilidad. ¿Qué seguridades tenía Europa en 1952, o en los años sesenta viviendo una guerra de agresión en Corea o, entonces y después, bajo el amenazante yugo soviético dominando media Europa, con una guerra civil ideológica recién terminada en Grecia, y la infiltración comunista y, por ende rusa, en numerosos países de Asia, África y América? ¿Qué certezas tenía Europa y el mundo en los años cincuenta cuando toda la sociedad de la postguerra experimentaba cambios esenciales en las ideas motrices? El futuro nunca ha estado rebosante de certezas.
Y lo que era seguro, como había anunciado EEUU, era el desmantelamiento de los imperios fundados en la dominación territorial tal como sucedió entre los años cincuenta y sobre todo sesenta del siglo XX. La premonición de Adam Smith sobre el fin del “espléndido y ostentoso ropaje del imperio” tomaba cuerpo de forma relativamente ordenada. En una quincena de años, durante el reinado de Isabel II, Reino Unido perdió la casi totalidad de los inmensos territorios conservados en 1945 desde Jamaica, pasando por Kenia, hasta Hong Kong. No obstante, la pérdida casi brusca pero controlada del Imperio, no puso en peligro al Estado ni a la Corona aunque ésta dejara de reinar en casi una veintena de colonias devenidas Repúblicas; por cierto, dos de ellos, Malta y Chipre, hoy Estados miembros de la Unión Europea.
Commonwealth
La Corona supo hacer una lectura rápida de las circunstancias para acompañar ese movimiento de descolonización y reconvertir el cambio haciendo uso de un viejo recurso creado por su padre, el rey Jorge V, en 1931, como fue la Commonwealth que supo acompañar a la sociedad para digerir el movimiento descolonizador.
Isabel II hizo de la Mancomunidad una prioridad dejando mostrar su influencia pasando de ocho miembros a 56: aunque se hundió el imperio, por su empeño personal, recuperaba su huella internacional y mantenía las ventajas comerciales. Prácticamente, todos los recién independizados mantuvieron un cordón umbilical con el Reino Unido a través de la gran asociación revitalizada durante su reinado. Incluso catorce Estados -muchos de ellos grandes Estados como Canadá, Australia o Nueva Zelanda de la primera oleada independizadora a inicios del silgo XX- mantuvieron su vinculum iuris con la Corona aceptando la unión personal en la Jefatura del Estado única. Y todos, los quince reinos con la condición de monarquías parlamentarias, es decir, monarquías en democracia.
La Commonwealth se pudo revitalizar por implicación deliberada y profunda de la Soberana. La Corona concedió apoyo y orientación a los Estados de la Mancomunidad fundado en su larga experiencia de 70 años, y medió en diferencias entre sus Estados miembros o de alguno de estos con el propio Gobierno británico. Gracias a esa acción de la Corona, mantuvo vivo el prestigio del Reino Unido y su capacidad de influencia en votaciones en foros internacionales, tales como las organizaciones de la “familia” de NNUU y, desde luego, sirvió para facilitar la digestión de las asperezas del pasado colonial y disfrutar de la seguridad comercial.
La Corona y el Estado no sucumbieron a la fuerza de los nuevos tiempos sino que canalizaron los vientos de la historia y transformaron el choque emocional en un pomposa y útil creencia que cultiva el pasado y mantiene los vínculos históricos entre 56 Estados soberanos que representan casi un tercio de la Humanidad, de los cuales quince Estados son monarquías constitucionales unidas por la misma Corona.
En la Unión Europea
Al término de la Segunda Guerra Mundial, con la Declaración Schuman, la historia de Europa cambió para siempre. Un giro importante se afianzó cuando las naciones europeas renunciaron a la guerra entre ellas por el dominio continental o mundial. La integración entre las democracias occidentales permitió a Europa Occidental, volver a entrar en la historia con una aportación invaluable a la paz y a la civilización: el germen de un sistema nuevo y estable de relaciones interestatales.
La crisis de Suez y el declive imperial llevaron en 1963 al Gobierno presidido por Harold Macmillan a solicitar el ingreso en las Comunidades Europeas ante la realidad de que ni la útil Commonwealth ni la aventura emprendida por el Reino Unido al crear la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) podían absorber su potente industria exportadora.
La relación entre la Unión Europea y el Reino Unido fue siempre tormentosa. El Reino Unido se incorporó tarde (1973) y a un edificio que no ayudó a proyectar ni a construir ni a transformar.
Por ser Reino Unido un Estado poderoso y necesario para la UE logró siempre condiciones especiales y privilegiadas, forzando a los demás Estados miembros a revisar los tratados según los gustos e intereses británicos. Nunca los políticos británicos sintieron emoción alguna por la UE.
Es más, siempre se sintieron cada vez más recelosos e incómodos según el proceso europeo avanzaba -conforme al mandato fundacional- hacia una “unión cada vez más estrecha”. Por cierto, esa frase del articulado del Tratado de la UE sobre la espiral evolutiva y enigmática de la Unión también intrigaba, al parecer, a la Soberana británica. Seguramente nunca digirieron lo que es un principio de progresividad, una llamada a la construcción intergeneracional de la Unión. Nunca esa expresión exigió la integración de soberanías hasta su extinción o sin control parlamentario nacional. Ese desiderátum integracionista es más discreto del que marcaron los “padres fundadores” en la primera frase de la Constitución de Estados Unidos sobre “una Unión más perfecta”.
Fueron cuarenta y tres años de unión con desamor, pero también fue un exitoso matrimonio de conveniencia. Era previsible, por tanto, el “no” a la permanencia a pesar de que el resultado del referéndum ha abocado al Reino Unido a escenarios inquietantes en su política interna y externa.
Internamente, Escocia es abiertamente europeísta. Los acuerdos de Stormont o del “Viernes Santo” (1998) para Irlanda del Norte tienen como referencia de fondo la común pertenencia de Irlanda e Irlanda del Norte a la Unión Europea.
Externamente, se puede comprender que el Reino Unido tenga el sueño de ser un actor individualizado en el mundo porque su sociedad ha cultivado la conciencia de su pasado y conserva esa voluntad. Su determinación es envidiable. Pero el pasado no vuelve.
Brexit
Claro que la UE ha perdido a una gran potencia, el único Estado europeo con una cultura estratégica: potencia militar, determinación, experimentada red diplomática y de inteligencia, orgullo por su pasado sin cuestionarlo, influencia global…era y es el Estado europeo de mayor influencia internacional.
Y sin olvidar que el Reino Unido era uno de los Estados miembros más cumplidores con el Derecho de la UE a diferencia de la infractora España: el Reino Unido parecía el menos europeísta pero era muy cumplidor. España se mira cada mañana al espejo y se pregunta –como la madrastra de La Cenicienta– si hay algún otro Estado más europeísta que nosotros. En fin, los españoles somos devotos europeístas, sí, pero pecadores; los británicos fueron agnósticos, pero virtuosos.
Tanto a Irlanda del Norte como a España -por la colonia de Gibraltar-, la retirada británica nos despertó a todos de la anestesia que sobre los conflictos territoriales produce una organización de integración. Porque compartir un espacio jurídico, económico y social integrado ayuda a sublimar las controversias territoriales.
También el brexit mostró un grave conflicto entre el poder judicial y el ejecutivo -que no ha sido único en el contexto populista europeo del que el brexit es su manifestación por excelencia-. Para los tribunales británicos, con buen sentido democrático y jurídico, la soberanía parlamentaria prima sobre la voluntad popular y sobre supuestas competencias del Gobierno. El Tribunal Supremo confirmó (24.1.2017) que el Gobierno no podía prescindir de la autorización del Parlamento británico para ordenar la retirada y que la “prerrogativa regia” en materia de tratados que utilizaba el Gobierno no permite cambiar leyes, algo para lo que solo el Parlamento es soberano. De nuevo, la crisis constitucional llegó a un punto álgido cuando, a instancias del Gobierno, la Reina puso fin a la sesión de la legislatura para evitar que controlase los momentos finales de la retirada. El cierre del Parlamento británico fue calificado por su recordado speaker John Bercow de “atrocidad constitucional” y por el Tribunal Supremo como un consejo ilegal del Gobierno a la Soberana, anulado sin efecto el cierre por impedir el control parlamentario sobre el Gobierno (24.11.2019).
Fue bien conocida la neutralidad de la Corona con las decisiones gubernamentales y parlamentarias, tanto durante el período tumultuoso del brexit como sobre el final de la violencia en el Irlanda del norte en el marco de los acuerdos de Viernes Santo (1998).
Así, cuando visitó Dublín en 2011 lo hizo con la fuerza que tienen los símbolos: un monarca británico no viajaba a Irlanda desde 1911 y en Dublín honró a los héroes que lucharon contra sus antepasados y pronunció su discurso en gaélico y, al año siguiente, en Belfast visitó un templo católico (iglesia de Saint Michael, condado de Fermanagh) y estrechó la mano del viceprimer ministro principal del Gobierno autónomo, el católico Martin McGuinness, antiguo comandante de la banda terrorista IRA.PDF
La singular Soberana se atuvo a las coordenadas constitucionales de ser consultada, aconsejar y advertir. Y supo solicitar también consejo y conceder apoyo y orientación. Y tuvo la habilidad política en el momento apropiado, unas semanas previas a la conferencia COP26 de la ONU de 2021 en Glasgow, de expresar su irritación por la falta de acción política ante la emergencia del cambio climático.
Hoy, al aproximarnos a este pasado inmediato que acompañó las vidas de todos, hemos sido testigos de la despedida, en la sociedad global, de una era colectiva en un marco de pompa y ceremonia que pone a prueba la determinación de una sociedad y un Estado que, pese a las dificultades, afronta su continuidad histórica como monarquía en democracia identificada como el alma de la nación. Muchas gracias.
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(Acto completo en YouTube Mi intervención desde minuto 13.11 hasta 23.20.